Hay amistades que florecen como jardines: silenciosas, fieles, eternas. Y en el Día de la Amistad, no hay gesto más cálido que regalar un ramo de flores. Porque las flores no solo embellecen: celebran, agradecen, y expresan sin palabras, todo lo que queremos transmitir desde el corazón.

Una dedicatoria manuscrita le suma alma al obsequio: transforma el gesto en memoria. Y si el regalo se acompaña con un jardín decorativo en maceta de cerámica, con suculentas o cactus sobre piedras moradas o rosas, ese cariño se convierte en algo que perdura, que respira en su rincón favorito.

El detalle final: un blend de té aromático o una vela que encienda instantes de calma. Porque agasajar a una amiga es crearle un pequeño refugio. Uno donde cada elemento hable de vos, de ella, y de todo lo compartido.